Poseer un pequeño mono tití o una espectacular tucaneta verde en vez de mascotas más convencionales como un fiel pastor alemán o un sencillo hámster es considerado en determinados ambientes como un signo de estatus, de exclusividad, como quien lleva colgado del brazo un bolso de Louis Vuitton -verdadero, claro- o calza unos prohibitivos zapatos de Manolo Blahnik. España es un paraíso para los aficionados a estos extraños 'amigos': aunque las cifras del contrabando son difíciles de cuantificar, el Seprona y las asociaciones ecologistas calculan que entre el 15 y el 30 por ciento del tráfico mundial de animales pasa por España.
Y no es un porcentaje baladí. Las asociaciones ecologistas calculan que el mercado negro de especies prohibidas, muchas de ellas en peligro de extinción, mueve cantidades ingentes de dinero. Las últimas estimaciones hablan de un negocio de unos 900 millones de euros al año, según los ecologistas.
La posición estratégica de España como puerta de acceso a Europa desde África y puente comercial y cultural con Iberoamérica facilita su peso específico en este lucrativo contrabando, que ocupa el tercer lugar del tráfico ilegal por detrás del de armas o drogas, según la Guardia Civil.
«La incorporación de los países del Este ha supuesto una merma en los controles. Los oficiales de aduanas de España o Alemania están más sensibilizados con este problema que los de Polonia o Rumanía», señala Luis Suárez , responsable del programa de especies de WWF Adena.
Tortugas araña
La terrible experiencia que sufre desde hace cuatro meses un matrimonio valenciano de vacaciones en la isla africana de Madagascar ha llevado a la primera plana este controvertido 'negocio'. Daniel Manero y Marta Magraner fueron descubiertos en el aeropuerto cuando volvían a casa con 48 tortugas araña, una espectacular variedad de este reptil que se cotiza entre los aficionados a los terrarios a cantidades que pueden oscilar entre 600 y 1.000 euros.
Ellos se defienden. Aseguran que los pequeños ejemplares eran un inofensivo souvenir que compraron a los niños de la zona. Pero las autoridades no les creyeron y ahora cumplen su condena de un año de cárcel en una prisión de Madagascar, en condiciones infrahumanas.
«Casi medio centenar de ejemplares son demasiados para creer en su inocencia», comentan fuentes del Servicio de Protección de la Naturaleza (Seprona) de la Guardia Civil. Los agentes de este grupo especializado no suelen encontrar muchas tortugas arañas en sus incautaciones. Predominan más los loros, las serpientes. El año pasado recuperaron un total de 1.669 ejemplares protegidos por el Convenio Cites, entre los que destacan 849 aves y 468 reptiles. Según sus cálculos, estas operaciones suponen apenas el 50% del volumen de tráfico real que pasa por el país.
Un oso en la basura
Muchos de estos animales fueron decomisados en los controles de aduana; pero no todos. Los agentes del Seprona han llegado a encontrar desde una serpiente pitón a un oso perezoso abandonados en contenedores de basura.
En Málaga aún recuerdan la aventura de 'King Kong', un mono capuchino que, tras escaparse de la casa de su dueño, se coló en el Centro de Seguridad e Higiene en el Trabajo.
Puso patas arriba la oficinas hasta hacerse fuerte en un falso techo, de donde tardaron horas en sacarle. El mono no tenía los 'papeles' Cites. Era un ilegal.
Porque estos raros caprichos tienen un precio y no sólo económico. Cuando el gracioso tití -que puede llegar a costar 3.000 euros- se niega a hacer sus necesidades en su cubil, despide un olor nauseabundo y encima no se deja poner un collar para exhibirlo en el parque, comienza a ser un problema.
Una de las 50 serpientes pitón acogidas en el albergue 'Exotarium' de Madrid vivió durante meses encerrada en una habitación a la que nadie de la familia se atrevía entrar. El 'animalito' creció hasta alcanzar los cuatro metros. Dos perritos de la pradera que también acabaron en este centro pasaron un año entero detrás de un armario; su dueña no se atrevía a sacarlos del escondite en el que se refugiaron aterrorizados.
Imposibles de domesticar
«El error está en creer que un animal salvaje puede llegar a ser una mascota. Hay especies que el hombre ha adaptado a su hábitat, pero otras son imposibles de domesticar», explica Suárez.
Cuando el propietario se percata de su error, trata de deshacerse del 'bicho'. «Mucha gente, con buena intención, abandona tortugas exóticas en los estanques que compiten con las especies autóctonas hasta desplazarlas. La Administración tiene que gastar luego muchos recursos económicos en restaurar el ecosistema», denuncia Suárez.
El Diario Montañes
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