jueves, 14 de abril de 2011

Y un año mas empieza el calvario de cuatro especies en Colombia

Con la Semana Santa cerca, aumenta en Colombia el tráfico de caimanes, iguanas, palmas y loros.
A las iguanas les abren el vientre para robar sus huevos y, aún vivas, sus captores las rellenan con arena, tierra o papel, las cosen y las dejan libres. Pero ninguna sobrevive y mueren extenuadas por el sol de la costa Atlántica y la contaminación interna.
Mientras esto sucede, decenas de tortugas icoteas son acribilladas en otros municipios de Atlántico, Bolívar y Magdalena, dejándolas boca arriba o desprendiendolas de sus caparazones.
Ambas especies de reptiles, a las que se une el caimán negro, pasan estos días por un calvario por la proximidad de la Semana Santa, dado que sus huevos o su carne se venden ilegalmente en carreteras y plazas de mercado para convertirse en el alimento de aquellos que cambian su dieta durante los días santos.
Registros de la Policía Ecológica de Colombia indican que diariamente, y en especial después del Domingo de Ramos, se pueden incautar hasta 500 de estos animales. Sin embargo, el comercio ilegal logra burlar los controles y sacrificar cerca de 12.500 ejemplares de cada uno de estos reptiles en sólo ocho días, según estadísticas de las corporaciones autónomas colombianas.
Otra especie que queda en la mira en estos días es la palma de cera (árbol nacional), con la que se siguen fabricando los ramos que acompañan las celebraciones litúrgicas. Pero quienes destruyen la palma, también acaban con el loro orejiamarillo (Ognorhynchus icterotis). La relación de esta ave con la palma es tan vital como la de un pez con el agua, porque el loro vive en ella, allí también se alimenta y en su tronco hace nidos donde cría a sus polluelos. Ha sido tan alto el número de árboles de esta especie destruidos, que en Colombia ya no hay más de 2.000 orejiamarillos en Antioquia y Tolima, una especie que sólo vive en el país (en Ecuador desapareció), pero que al menos tiene una campaña en su favor con la que se ha logrado su recuperación, al igual que la del árbol. Pero los taladores ilegales ya hicieron su trabajo y arrasaron más de 10 mil hectáreas sembradas con la palma, a la que aún persigue de cerca la extinción.

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