jueves, 30 de septiembre de 2010

Mascotas desahuciadas y huidas, ciudadanos forzosos

Una parte de la fauna urbana lo es a su pesar. Son los repudiados, las mascotas de las que sus dueños se cansaron porque se les pasó el antojo, porque crecieron demasiado o porque les acarreaban excesivos gastos. Y no hablamos sólo de perros y gatos. Muchos, muchísimos galápagos de Florida de orejas rojas, esa tortuguita de acuario de la que tantos niños se encaprichan, acaban viviendo en estanques, cuando no son liberados en humedales naturales (con serias consecuencias ecológicas), una vez que ya no caben en la pecera o después de haber mordido a su dueño. En pequeño número sigue ese mismo destino gran variedad de mascotas exóticas.

Los fugados sí eligen establecerse en las ciudades, aunque, de haber tenido esa opción, nunca hubieran pedido vivir en una casa en vez de hacerlo en su hábitat natural y en sus países de origen. Dos loros, las cotorras argentina y de Kramer, la primera sudamericana y, la otra, de distribución africana y asiática, han llegado como aves de adorno, de jaula, pero algunas se han escapado y han fundado poblaciones asilvestradas que no cesan de crecer (la cotorra argentina cuenta con unos 2.500 individuos en Barcelona, la mayor concentración europea de la especie).

Estas aves exóticas tienen más oportunidades de sobrevivir en las ciudades que en nuestros hábitat naturales, pues en aquellas carecen de depredadores casi por completo y la comida abunda y es fácil de obtener (el pan se ha convertido en un componente principal de su dieta), aunque por esta última disputan con las palomas.

lne.es

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